lunes, 16 de noviembre de 2009

LO QUE NO DEBIERA DESAPARECER




La vida es dura, pero dura y todo
debiera evitarse el fin de los predios rurales.


Tiraña, ya lo hemos dicho, ha sido más que es. Acaso haya quien diga que son los tiempos los que hacen que las cosas sean como son. Y es posible, pero no debieran de ser. Aunque también sé que contra la fuerza no cabe resistencia. Y que lo que viene torcido no hay quien lo endereche.De modo que nuestro valle de Tiraña, antaño más pujante y menos decadente, es hoy más decadente y menos pujante...

Sus pueblos fueron, aunque aldeas, núcleos de vida y convivencia. Hoy son lugares --ya ni pueblos siquiera--convertidos en fantasmas; en lugares deshabitados, fríos y desarrapados.

En sus poblados había abundante ganadería. Los montes, especialmente Peña Mayor, eran lugares que en verano se llenaban de reses, cabras, ovejas, caballerías y pollinos que se ganaban el sustento por las campas del monte, mientras que en las estribaciones crecían las cabañas de los pastores... en torno de las cuales, se criaban cerdos, conejos y gallinas.Y algunas veces se consumía carne de jabalí o de corzo...
En plana naturaleza, la vida
también tiene su encanto...
El Gobierno debiera fomentar la vida rural.

Había vida que duraba hasta octubre,
cuando ya el tiempo mostraba sus uñas peores: las familias bajaban, con sus ganados, musicados con cencerros y esquilas, para hacer vida normal en los pueblos. Había quien bajaba algunos quesos, pocos, porque, en lo que sabemos, no fue este valle muy dado a la elaboración de los productos de la leche.

Todo esto fue en otros tiempos, cuando también en Peña Mayor había caleros y artesanos, que fabricaban toda clase de aperos. Y por haber, antes de la incivil Guerra Civil de 1936, había empresas mineras, como Solvay y Compañía, que tenían sus campamentos en las campas de Peña Mayor, donde disfrutaban los hijos de los mineros durante el verano. Al cuidado de los niños había maestros, mientras una o dos cocineras les preparaban las pitanzas, que siempre son más apetecidas cuando se vive en contacto con la naturaleza
Aquí hace falta un Gabriel y Galán
para cantar la vida del labriego...

Los pastores, una o dos veces al mes,
a modo de sextaferia, reparaban caminos y veredas. Pero, sobre todo, plantaban árboles en sebes, como avellanos y cerezos, cuyos frutos alimentaban a la fauna del monte; plantaban espinos para cierres; limpiaban las praderas y, en suma, hacían obra común y, al parecer, sin andar a la greña como ahora andan los de unos concejos contra los de otras partes; de tal modo que lo que se dio en llamar Comunidad de los Pastos de Peña Mayor no se acaban de poner de acuerdo en quién debe andar por el monte, con cuánto han de contribuir y qué clase de ganado tiene que permitirse en los montes comunes...
De cualquier modo, el Gobierno,
el que sea, debiera fomentar el retorno
a las aldeas; debiera suprimir las contribuciones
a los campesinos, debiera premiar a quien retornase a sus orígenes...
Resumiendo, ahora que no hay habitantes y que el ganado es menos, es cuando más se encorajinan unos y otros...precisamente cuando ya nadie planta un árbol para bien de todos, ni nadie repara un camino para servicio común, ni nadie hace nada por nadie, con lo cual, nuestro valle de Tiraña, cuyo límite final está precisamente en Peña Mayor, no sólo perdió población en sus pueblos, si no también en sus hábitos y en sus costumbres, lo que es normal, por supuesto, pues si no hay gente, no puede haber lo demás...

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